Bajar de Beteta a El Tobar (o El Tovar como se escribía hasta no hace mucho), significa disfrutar de la vega siempre verde del río Masegar, que nace en la Laguna Grande. Vega fértil que aún mantiene algunos cultivos de mimbre, a pesar de que este producto ha perdido mercado. Entrar en el pueblo significa conectar con una aldea humilde que como David con Goliat se atrevió, no una vez sino muchas, a plantarle cara a la poderosa villa del norte. Continuando el camino de tierra, a la izquierda, en menos de mil metros nos tropezaremos con sus singulares lagunas: primero la chica y luego la grande; y en su entorno más vega y montes de encina recia como sus nativos. Si al salir del pueblo giramos a la derecha (suroeste) subiremos al Cerro de San Cristóbal, con su impresionante vista. Avanzando un poco llegaremos al Castillo de los Siete Condes, antiguo castro prerromano. Ahí el caminante podrá sentarse a disfrutar de las extraordinarias vistas que ofrece la hoz del río Cuervo, bajando de Santa María del Val a Solán de Cabras.

Estas y otras cualidades, más el esfuerzo de sus vecinos, han hecho que esta pedanía de Beteta – que perdió el Ayuntamiento en 1972- sea una referencia importante en materia de turismo rural.

Sobre cómo pasó de ser aldea propiedad de los señores feudales de Beteta, se convirtió en municipio autónomo, pleiteó por las lindes del término, y volvió a la dependencia de Beteta publicamos un interesante artículo de Jorge Garrosa en el número 9 de Mansiegona.

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