Dos vidas truncadas

Dos vidas truncadas

Ángel Lorente Hernández

La verdad es que eran felices. El hambre, las penurias, las toscas relaciones emocionales que se pudieran manifestar en el ámbito familiar… Todas ellas no eran suficientes para enturbiar la sensación de encantamiento que esas hermandades infantiles apaciguaban en torno a una más que sufrida vida, sin que ningún avatar bastase para romper esa sensación recíproca, por el contrario, la reforzaban aún más. Según se fueran cumpliendo primaveras a sus espaldas, este real sentimiento se iría distorsionando como un espejismo, pero en esos momentos, a sus jóvenes e indomables espíritus, les era imposible apreciar, gracias a la venda que envolvía unas ingenuas mentes, lo que finalmente les tendría destinado el futuro.
1Poyatos aerea
Imaginemos la vida de dos muchachos, hace ya muchos años en uno de nuestros pueblos serranos, pongamos Poyatos. Dos jóvenes a los que, no por su corta edad e inexperiencia de una complicada vida, se les permitiría estar exentos de las tareas que los padres les encomendaban en el campo, tanto en los huertos como en la serranía, además de cuidar y atender a los pocos animales que dispusieran. Pero a pesar de estos obligados cometidos, jóvenes que siempre encontrarían momentos para verse y poder compartir risas y confesiones que inconscientemente eran las encargadas de abstraerlos de la angustiosa situación en la que casi todas las familias vivían en aquellas escarpadas montañas.
Es fácil el asumir que nuestros dos amigos, así como el resto de los demás niños, en los pocos ratos de que dispusieran, intentaran reunirse en lugares no visibles a ojos de los adultos, en los que la picardía y juegos impensables en futuras eras, afloraban para alegría de unos corazones que con poco palpitaban. Cuando la coincidencia hacía a los mozalbetes poder pasar momentos juntos, las calles de Poyatos se llenaban de gritos, risas y carreras, un torrente de chavalería que se asemejaba a cualquier vía de una distinguida ciudad, algo que la época del pueblo invitaba a pensar que habían sido engendrados para trabajar y ayudar a la familia; unos alumbramientos concebidos con una mezcla de amor verdadero, de interés para las labores, de imposición machista y de una ignorancia sobre el freno de aumentar la prole.

2CallePoyatos
Ahora pensemos en esta pareja de inseparables amigos a los que pondremos nombre, dos primos llamados José y Siro, disfrutando por los parajes del pueblo al que amaban, y en el que en más de una ocasión se juraron que serían amigos hasta el día en que dejaran de respirar y la tierra los cubriese bajo el camposanto ubicado en el cerro de Santa Quiteria. El hecho de compartir apellido y ser primos podría significar apego ya de por sí, pero la amistad los unió por algo más profundo que la consanguinidad.
En el año 1909, año en el que el gobierno español declaró la guerra al Rif (una bonita región montañosa al norte de Marruecos), en el que se estableció la enseñanza elemental obligatoria, así como el servicio militar para los hombres, en el que aconteció la Semana Trágica de Barcelona, y en el que se legalizó en nuestro país el derecho a la huelga, Siro y José venían a un mundo complejo y espinoso, protegidos por la paz y por el discreto camuflaje de la ubicación que Poyatos ofrecía.
Podemos suponer una amistad en la que nuestros personajes se apoyasen en todas las situaciones y circunstancias que surgían en cada etapa de aquellos primeros años de su vida; problemas familiares, confidencias de distinta índole, ayudas en los fatigosos trabajos que desempeñaban y, por supuesto ya llegada la adolescencia, confesiones sobre faldas estimuladas por unas hormonas desenfrenadas. Quien quisiera discutir con José sabía que también se tendría que enfrentar con Siro, y esta realidad se manifestaba igualmente a la inversa. Por desgracia, esta inolvidable etapa de la adolescencia es una época que se va esfumando de manera insólita, sin ser consciente en el momento de lo que se está perdiendo, sólo siéndolo en el recuerdo cuando las arrugas visten la piel de los años vividos. Así, es fácil de imaginar cómo, con el paso de los años, José y Siro, forjados ya como hombres, tuviesen responsabilidades de mayor calibre, con decisiones complicadas que tomar y que acabarían por llevarlos por distintos caminos, propios de la bandeja que la vida dispone a los adultos.
Por desgracia, un servidor, debe y tiene que contar algo que al ser humano se le ha impuesto casi como una obligación, si bien con cierta lógica por los pensamientos que cada uno quiere defender, pero siempre coaccionados, quien sabe si hasta engañados, manipulados por dirigentes interesados en conducir los ideales del resto de la gente con el fin de acaparar más y más poder en pro de unos intereses que nada tienen que ver con el común de las personas.
Imaginemos para obstáculo de la mejor de las posibles amistades idealizadas, la de nuestros Siro y José tropezando, llegada la década de los años treinta, con esta circunstancia. Una circunstancia sin freno, imparable por las condiciones que vivía el país. Las corrientes políticas circulaban por las calles de los pueblos, llegando a todos los rincones y hasta todas las conciencias. E impulsados por la idea del patrón de la familia, o por una idea propia personal, cada persona escogía el camino a defender en sus charlas o incluso de manera más seria, teniendo que actuar con unos efectos colaterales devastadores, arrastrando amistades, familias, con un único desencadenante; la ruptura del apego con los tuyos.
El único obstáculo capaz de entorpecer su amistad fue éste, las diferencias de pensamiento político. Siro y José, fueron conscientes de este desapego poco a poco, de manera lenta, sin querer demostrar esta diferencia ideológica, pero inevitable de eludir.
José se mostraba partidario de las ideas de izquierdas, defensor de la República, aunque no exhibía este parecer de manera abrumadora. Por su parte, Siro se mostraba impetuoso por sus pensamientos, de forma eufórica, algo que fue haciendo mella en aquella amistad inquebrantable. Los desencuentros entre ellos aparecían a menudo, las discusiones suplantaban a las risas y a las charlas desinhibidas, las continuas confesiones de siempre pasaron a meras conversaciones sin alegría… la desconfianza fue surgiendo como el agua inicia el recorrido por los caballones de los huertos
Por aquel entonces Siro, tal vez animado por su familia, tal vez por sus creencias, había iniciado estudios en el seminario, aunque pronto se daría cuenta de que la vocación sacerdotal no era lo suyo, abandonando la misma y poniéndose a trabajar como funcionario en el pueblo de Bólliga, donde finalmente contrajo nupcias con una oriunda de aquel lugar llamada Francisca.
Como colofón a sus pensamientos políticos, Siro ingresó en la “Falange” a principios de 1936, cuando se hizo evidente que el “Frente Popular” se disponía a acabar con la España que él amaba. Inmediatamente, gracias a su rotunda y firme posición ideológica, fue nombrado jefe local de FE-JONS (Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) en Bólliga. Trabajó en pro de que en Cuenca triunfara el “Alzamiento”, pero como no fue el caso se pasó a la “España Nacional” e ingresó en una de las “Banderas de la Falange”, combatiendo en los frentes de Guadalajara, Extremadura, el Ebro y Cataluña, siendo herido en dos ocasiones en todo su periplo militar.
Si el azar es caprichoso, si las más funestas casualidades se sirven con la mayor de las inverosimilitudes posibles, si el destino te pone en lo más impensable, el caso de nuestros queridos amigos podría hacer honor a todo este tipo de dichos y conjeturas, rompiendo todos los cánones marcados por los más incrédulos y negacionistas sobre la Diosa Fortuna romana, enfrentando a los mismos, tal vez en la batalla de Guadalajara, vistiendo distintos colores, peleando por lo que cada uno creía, preparados para sesgar la vida de todo lo que se pusiese delante de ellos.
Tal vez en ese frente, tanto Siro como José se hallasen un día solos, separados de sus compañías y en medio del frente que cada uno defendía, escondidos entre el follaje que ofrecía el campo. Deambulando en sigilo, como si de reptiles se tratara, avanzando lentamente pegados a tierra lo más posible. Lo más inconcebible estaba a punto de suceder y el resultado imposible de vaticinar. Cuando tropezaron a escasos metros uno del otro, sus miradas se cruzaron pudiendo distinguir la figura de quien tenían delante. No por ello los fusiles dejaron de apuntar, encañonando al enemigo, un enemigo especial, si bien con manos temblorosas que demostraban la tensión del peculiar trance. En cualquier momento, la pólvora podría detonar recorriendo los cañones de las armas que ambos amigos portaban. Pero los dedos índice estaban agarrotados, sin querer activar el gatillo de los fusiles. No hablaron, ni pestañearon, y las impertérritas miradas parecían decirlo todo. Sus corazones latían con mucha fuerza, pero jamás conocerían lo que cada uno sentía. Asustados por el inicio de los ruidos de las detonaciones próximas, así como de gritos que evidenciaban malos presagios, José y Siro desaparecieron fugazmente, uno por cada lado, sin saber si esa sería la última vez que se verían y sin, ni tan siquiera, haber despedido una emblemática amistad digna de ser modélica, aunque perteneciente al pasado.
Quizás ocurrió así, quizás no, lo que sí sabemos es que, una vez concluida la guerra civil, tanto José como Siro conservaban la vida pero con dos vertientes totalmente diferentes. Siro pertenecía al grupo de los ganadores, al de los intereses del general Francisco Franco. Y como la edad de prestar servicio de su quinta ya había terminado hacía tiempo, fue desmovilizado y volvió a su trabajo y a su puesto de jefe local. Pero obcecado en sus ideas no lo dudó y en junio de 1941, a sus 32 años, se presentó en la Jefatura de Milicias de Cuenca, siendo encuadrado en la Compañía 11ª/263º. Gracias a su valor fue condecorado con una Cruz Roja. Pero su final no tardó en llegar, y ese mismo año, en 1941 fue enterrado el 4 de diciembre en Nikitkino, una ciudad al este de Moscú, luchando en la División Azul.

3Alistamiento Division Azul
Por contra, José obtuvo un devenir diferente, más sufrido, pero a la postre con un mismo final apenas un mes después de la muerte de Siro. Tras perder la guerra civil, José pudo huir con otros compañeros atravesando los Pirineos. Para su desgracia, tras abandonar España fue capturado y trasladado a uno de los distintos campos de concentración nazis, en los que dejar de existir era lo mejor que a los presos les podía suceder. Finalmente acabó en el campo de concentración alemán de Mauthausen, en Gusen, Austria, y allí, el 15 de enero de 1942 murió agónicamente como era preceptivo y para lo que se crearon estos campos de exterminio.
4Entrada a Gusen

Nota del autor.

Esta es una historia que, aunque ficticia, está basada en dos personas y acontecimientos reales. Es por eso que deseo dedicar la misma a la memoria de los mismos: José Escolano Enebra y Siro Enebra Molina, dos poyateros nacidos ambos en el año 1909 y ambos muertos con 32 años de edad en medio de una brutal contienda y separados por bandos contrarios.
Por último, decir como autor de este pequeño cuento, me cuesta decidir si lo peor es la muerte de los dos protagonistas, una muerte casi marcada y predestinada, o la ruptura del estrecho vínculo que une a los amigos en su juventud y que termina por llevarlos a este desenlace. El motivo de lo acontecido se me antoja ridículo y siniestro, y sería provechoso para que sirviera como modelo de lo que no hay que hacer, prevaleciendo los valores humanos y los buenos y sinceros sentimientos a los que esta humanidad debería agarrarse.
Yo, como poyatero que soy, aunque el verdadero gentilicio sea poyatense (pero nosotros nos nombramos así) siento unos sentimientos encontrados, de orgullo y alegría por aquella posible amistad fraternal de mis paisanos, pero también me es imposible de ocultar la rabia por los dos tristes finales, así como la ruptura de una devoción amistosa, causada por algo que el propio hombre se encargó de imponer.
A todos, un gran saludo.

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